A dónde se van los días
No creo en Dios. Al menos no en ese Dios caricaturizado que se viene a la mente de la mayoría cuando pensamos en Dios. No creo en el señor con barba blanca, vestido con una toga que desprende destellos de luz angelical. Pero si realmente existe, y si algún día me lo topo, le voy a preguntar que a dónde van los días.
Me lo imagino llegando a su oficina en el paraíso, dando la orden a algún ángel lacayo de que vaya al calendario divino y marque el día. Ese ángel tarda, todos los días, 24 horas en llegar hasta donde está ese calendario, solo para tachar el recuadro con algún bastón de oro que desprende destello y luces. Una vez que pasa esto en el paraíso, a nosotros los terrenales se nos acaba un día más de vida. Después el ángel tiene que regresar y una vez que lo hace, es hora de volver al calendario a tachar otro recuadro.
Lo curioso es que él tampoco sabe a dónde van los días. Él solo cumple su tarea. Es como nosotros. Haciendo, resolviendo, repitiendo. No cuestiona, solo vive; solo sabe que lo que hace, tiene un sentido, aún cuando no hace sentido para él.
¿A dónde van los días, Dios? A dónde va todo ese tiempo que parece deslizarse entre mis dedos como arena.
Hoy tampoco quería escribir. Gracias por leer.