Ginoz Blog

Señales de una caída en cámara lenta

Identificar la depresión es sencillo cuando el golpe es evidente. Si hay razones para que el cerebro detone la tristeza –como una pérdida, rechazo, rompimiento, ser despedido o la revivición de algún trauma de la infancia–, no hay ni siquiera que pensar de más. Te pusiste triste y se te salió de las manos. El tonto cerebro olvidó lo que significa ser resiliente.

El problema viene cuando la tristeza no es provocada por un evento que cambia el curso de tu rutina, sino por el insoportable pesar de la normalidad.

Es una caída en cámara lenta, porque estás cayendo y de eso estás seguro desde el primer momento, pero no sabes cuándo vas a terminar de caer o incluso las razones por las cuáles esta caída en particular comenzó pero nada más no concluye. Pasan los días, los meses incluso, y no llegas al piso.

Todo comienza una mañana como cualquier otra con un pensamiento como ningún otro. Algo no anda bien con el trabajo, por ejemplo. Todo está de maravilla, de hecho, pero el problema en sí es el trabajo. Es el tener que acudir a un “no me gusta mi trabajo pero tampoco me molesta” todos los días. Entonces piensas en lo maravilloso que sería dedicarte a eso que tú y el resto de los mortales llaman “trabajo soñado”. Cierras los ojos para mirarte haciendo eso que amas, sonriendo mientras disfrutas de trabajar por gusto y no por necesidad, mientras tus letras cambian al mundo y tu legado vive por siglos.

Despiertas, o mejor dicho vuelves al presente. Recuerdas que por algo trabajas de lo que trabajas: porque el riesgo es muy grande; porque tu privilegio sí se nota a veces, pero no alcanza para tanto. Entonces ha comenzado: la caída en cámara lenta. Ese día en particular pesa, porque soñar despierto siempre tiene un costo, pero continúas sin saber lo que acaba de ocurrir.

Las semanas pasan. El pensamiento del “trabajo soñado” va y viene cada vez que el Gmail está a tope o la aplicación del calendario te notifica de la junta que algún imbécil del trabajo acaba de agendar, y a la cuál estás invitado; además tu presencia es INDISPENSABLE.

De pronto los malos hábitos comienzan a manifestarse. Van de a poco, porque recuerda: nos estamos cayendo, pero no sabemos cuándo nos vamos a impactar.

Es el postre todos los días después de comer, es el comprar unas papas para ver una película en la noche, es cenar hot dogs con tocino y tomar un frappé en la tarde un día sí y un día no.

No sabes cuánto peso has ganado porque no te caen bien las básculas. La ropa ya no te queda como antes. Ahora es el turno de los años –qué digo, las décadas– de gordofobia familiar. Comer te da ansiedad porque estás ganando peso y no estás haciendo ejercicio, pero no dejas de comer porque el pensamiento del “trabajo soñado” no se ha ido, y tú sigues marcando tus tareas de Asana y asintiendo “sí” a todo como un reverendo pendejo en todas las videoconferencias a las que te invitan. Entonces comer es ahora un consuelo.

No quieres engordar porque la herida de haber sido gordo está latente. Sabes lo que haces y lo que está pasando, pero no paras, porque aquél pensamiento del “trabajo soñado” ya se convirtió en más que eso.

Despiertas mareado todas las mañanas. Un solo pensamiento se convirtió en otro y otro y otro y ahora lo que tienes es ansiedad. No solo piensas en el camino que estás siguiendo sino en tu familia y su bienestar. Te da miedo que se mueran. Te da miedo que desaparezcan de forma trágica porque vives en un país donde la gente desaparece. El cerebro se ha vuelto catastrófico (lo sabes, porque te ha pasado antes). Estás nervioso pensando en lo peor mientras haces todos los días una serie de tareas que para tu alma no tienen sentido.

Tienes un ansiolítico y comienzas a tomarlo. A automedicarte. Lo consigues gracias a que uno de tus familiares está enfermo y se lo recetan para sobrellevar el peso de sus desgracias. Dos gotas en la mañana y dos en la noche, justo como te lo recetó el psiquiatra cuando estuviste en tratamiento psiquiátrico por ansiedad y depresión hace algunos años. Lo has tomado antes, por eso estás seguro que nada malo te puede pasar.

Luego viene el porno. No deberías verlo. Sabes que no deberías siquiera pensar en ponerlo. Pero ahora no solo estás triste, también estás ansioso y, naturalmente, estresado. Nadie se va a enterar. Toda esa tensión debe salir, a como dé lugar. Necesitas ese sentimiento de ligereza post-orgasmo para terminar con todo el pinche trabajo que tienes que hacer. Entonces comienzas a hacer de nuevo algo que te prometiste no volver a hacer jamás.

Comienzas a irritarte por todo. Por tus errores y los ajenos. Comienzas a hablar de forma hiriente y a responder sin empatía. Provocas discusiones por nada con las personas que te aman. Se rompe un vaso y listo: día arruinado. Gritas más seguido. En el trabajo continúas asintiendo y tachando los pendientes todos los días, con tu mejor cara, con el tono de voz adecuado, como un centinela bien amaestrado.

Tensas los hombros todos los días, todo el tiempo. Las alturas te inquietan, te ponen las manos frías y te alteran la respiración. Tus hobbies ya no te provocan alegría. Los días de encierro y la poca falta de interacción humana sólo hacen todo más triste. Sigues ansioso, insatisfecho y dependiente del azúcar. Hablas solo más seguido, en ocasiones te encuentras diciendo cosas que carecen de sentido.

Temes volverte loco. Temes enfermarte. Temes morir. Temes que el tiempo pase. Le temes, prácticamente, a todo.

Ya pasaron meses y todo sigue, aparentemente, igual. No obstante, en tu cabeza ya todo es diferente. Estás deprimido y la ansiedad regresó. No sabes dónde comienza y dónde acaba. No ha terminado la caída. Tu alma sigue luchando contra tu cerebro, quien se resiste fuertemente al cambio, a la aceptación. La normalidad es cada vez menos soportable. Eres miserable, gracias a un pensamiento que tuviste una mañana mientras tomabas tu café. La idea del “trabajo soñado” sigue latente. Es el llamado. Lo escuchas. Pero no te atreves a tomarlo.

Tal vez cuando termines de caer...

Gracias por leer.

Reply via email

#ansiedad #depresion #esp #saludmental