Una tarde frente al río
Johan sumergió los pinceles en el vaso de agua de madera, sin saber que esa sería la ultima vez que pintaría por placer. Miró de nuevo hacia el horizonte para cerciorarse de que los detalles más importantes quedaran inmortalizados en su más reciente creación: una pintura al óleo que rendía homenaje al río estruendoso y las montañas nevadas que adornaron el paisaje que miró todos los días, durante los años más recientes de su vida. Comparó la maravilla de la naturaleza con su pintura y, aún sabiendo en el fondo que nunca podría imitar las habilidades de la madre tierra, se sintió satisfecho, hasta que el sentimiento de realización fue interrumpido por el sonido de un andar apresurado que rompía las fuertes corrientes a la orilla del río.
Masha se acercaba con esfuerzo hacia su padre, quien por varias horas perdió de vista a sus hijos por estar sumergido en su ambición creativa. Desde lejos, la niña lo saludaba alegremente como si fuera la primera vez que lo veía en el día, mientras luchaba contra la gravedad del mar y el peso del agua. Johan sonrió tiernamente. Quitó la pintura del mástil y la guardó en una bolsa de piel que utilizaba como portafolio. Al volver la vista al frente, se dio cuenta que detrás de la pintura, Florian esperaba mirando el paisaje, sentado junto a una pila de leña que había terminado de juntar hace más de una hora. “¿Cuánto tiempo ha pasado?”, pensó Johan. Y llamó a su hijo para que le ayudara a guardar sus pinceles y otros utensilios. Florian atendió el llamado, se acercó hasta donde estaba el desorden y miró a su padre con desprecio; molesto, se colgó la mochila improvisada hecha de pedazos de leña y comenzó con la larga caminata hacia casa. Al instante, Masha llegó y sorprendió a su padre con un abrazo, mismo que la envolvió con un brazo mientras con el otro alejaba su portafolio de la niña, cuidando que el agua no tocara su pintura terminada.
Las herramientas de Johan fueron guardadas con prisa. Si se tardaban, Florian se perdería entre la niebla lejana que comenzaba a ponerse poco antes del ocaso. Con prisa, el padre tomó a la niña de la mano y caminaron a paso lento para alcanzar al niño que de forma engreída aceleraba su paso con cada segundo que pasaba. “¡Hey! No camines tan rápido”, Johan gritó tan fuerte que el eco de las montañas repitieron sus palabras. Florian se detuvo y miró hacia atrás, para ver a un hombre que caminaba torpemente mientras arrastraba a una niña que no tenía la altura para seguir la velocidad de sus pasos. “No es mi culpa que camines tan rápido como pintas”, gritó Florian de regreso. El coraje calaba en su cuerpo, tanto, que solo a él le salía humo de la boca cuando hablaba, provocado por el calor de su aliento al combinarse con el frío que cada minuto se hacía más presente. Johan frunció el seño, mientras Masha dejaba escapar un par de risas. Florian continuó su paso sin esperar a su familia, nunca pensó que sería la última tarde que pasaría con su padre a la orilla del río.